La Casa de Leonor
El placer de descifrar un enigma
HAY UNA frontera que separa al reportaje periodístico de la novela. Al periodista sólo le importa la historia: qué, dónde, cuándo y cómo; su prosa naufraga crudamente en la anécdota. El novelista, en cambio, se relaciona con el modo de contar la historia, la visualización del mundo representado mediante una prosa que ilumine, interprete y construya la arquitectura y el ritmo de las secuencias, los centros de interés y el mundo interior de los personajes. El re- portero es esclavo de la veracidad; se atiene básicamente a los hechos que le refieren; no se deleita con la prosa, porque el lenguaje es concebido como un instrumento de transmisión de informaciones, y nada más. El novelista halla su auténtica identidad cuando se independiza de la realidad temporal y espacial; cuando proclama su libertad. Guillermo Piña-Contreras ha ensayado prolijamente ambos géneros; por ello los separa tan radicalmente. La novela que ahora pone en manos del lector La casa de Leonor, se vuelve completamente autónoma, y puede desarrollarla libremente sin que le inquieten la búsqueda de noticias extravagantes, momentos estrambóticos e historias espectaculares que, para el reportaje, son el santo y seña. Pero poco significan para la novela.
En tal sentido, Piña-Contreras nos invita a centrarnos en lo propiamente novelesco; las fronteras entre lo objetivo y lo subjetivo se desvanecen. ¿Cuál es, entonces, la realidad de dónde brota la novela? Podría ser una historia, un sueño, una conjetura. O, algo que nos han contado. En este caso, son unos dibujos, fraguados como un acertijo por la artista Inés Tolentino. Pero esa totalidad conquista su propia independencia; el modo de contarla la vuelve verosímil, y conforme va desmenuzando los dibujos empalma una historia, como quien acopla las piezas de un rompecabezas.
Manuel NÚÑEZ